Hoy primero de mayo, mundo repunante ofrece un extracto de Piratas de lo Público dedicado a analizar el asalto al mercado laboral desde el Neoliberalismo Corsario.
En el nombre del paro.
En
la nueva estrategia de abordaje al bienestar, el Neoliberalismo corsario esta vez trae prisioneros. Los parados son
los rehenes que ofrece canjear a cambio de un precio: el Estado del Bienestar.
En nuestra “vía media” del bienestar, el empleo representa un factor clave de
su financiación. Al tratarse de un sistema con fuerte presencia de servicios
financiados vía cuotas y contribuciones, su sostenibilidad demanda una tasa de
paro baja. Si el desempleo sube, el sistema de bienestar ve fuertemente
reducidos sus ingresos y soporta un aumento exponencial de la demanda de
ayudas. Si la tasa de paro permanece baja, el bienestar parece sostenible. Si
el paro sube, el sistema de bienestar se convierte en un problema. El argumento
no puede sonar más sencillo e intuitivo: ingresamos menos por el paro pero
gastamos más por los parados. Para recuperar el empleo y la actividad hay que
reducir ese gasto y liberar recursos que creen el empleo que pueda volver a
financiar el gasto. De acuerdo con la lógica corsaria, si queremos liberar a
los parados, debemos encadenar al gasto social.
En
el año 2007, según la EPA, en España había algo más de 20.257.600 personas ocupadas
y algo más de 1.833.900 en paro. Hoy tenemos más de 16.600.000 personas ocupadas y más de
6.200.000 desocupadas. Nuestra tasa de actividad ha caído a poco más de la
mitad de la población activa. La tasa de paro ha escalado del 8.3% en 2007, al
27.16% en 2013. El impacto para las arcas públicas ha resultado demoledor. La
factura del seguro de desempleo ronda los veintisiete mil millones para los
presupuestos de 2013. Con las estimaciones en la mano, ni el paro ni su factura
comenzarán a bajar de manera relevante antes de 2015.
El
diagnóstico es bien conocido y ha sido archipublicitado por los propagandistas
del Neoliberalismo corsario. En
España había mucho desempleo porque contratar era arriesgado y despedir salía
muy caro; por eso los empresarios habían dejado de contratar. En España se
había “penalizado la creación de empleo” (Luis
de Guindos. abc.es. 11/7/2011). El mercado laboral era rígido y los sueldos
resultaban muy altos. De manera consciente, se excluyó de la explicación el
dato contrastado de que el modelo dominante de empresa española se basa en
contratar barato y a tiempo parcial en épocas de expansión y despedir de manera
masiva para responder a las épocas de recesión. Un modelo que no permite
aprovechar los ciclos expansivos para
asegurar mejoras en productividad o en competitividad. La verdad oficial
solo admite que se despedía porque nuestra rígida y excesivamente garantista
legislación laboral no ofrecía otra opción.
Del diagnóstico también
se retiró de manera consciente otra evidencia que arruinaba esa verdad oficial.
Es cierto que en España los salarios nominales han subido claramente. Pero los
reales sólo lo hicieron durante la década de los ochenta, la década de oro de
nuestro bienestar. A partir de los años noventa, se observa un cierto descenso, coincidiendo
con los años de mayor expansión económica. Una tendencia que se confirmó
incluso durante los años de la burbuja inmobiliaria, con un descenso continuo
de la media salarial en términos reales. Hoy, en nuestro mercado laboral, la
mayoría gana menos y una minoría gana muchísimo más. Según datos de la OIT, el
10% de los trabajadores que más perciben multiplica por cuatro el salario medio
del 10% de los que menos ingresan. Para la OCDE, somos uno de los países
desarrollados con mayores desigualdades salariales.
Los datos
presupuestarios retratan de manera elocuente el uso simbólico de las políticas
de creación de empleo por parte de un ejecutivo que se declara angustiado por
el paro, pero actúa exclusivamente obsesionado por el déficit. Igual que la
traumática política de consolidación fiscal exprés ha servido para “colar” a un
electorado conmocionado el principio de que ningún gasto estaba a salvo y todo
era recortable, el crecimiento continuado y espectacular de los datos del paro
ha sido utilizado estratégicamente para desplazar a las políticas de empleo del
núcleo duro de las políticas de bienestar, abaratar el despido y desamortizar
masivamente los derechos laborales colectivos.
Ningún gobierno
europeo habla tanto de los parados y ningún gobierno hace tan poco por ellos
como el ejecutivo de Mariano Rajoy. En los presupuestos de 2012, el gabinete de
Mariano Rajoy recortó un 5% el presupuesto para las prestaciones de desempleo y
nada menos que un 21% el presupuesto para políticas activas de empleo. En 2013,
el recorte de las políticas activas de empleo se disparó hasta los 1600
millones, un 34%. Muy significativamente,
la única partida que ha aumentado ha sido la dedicada a bonificaciones a
la contratación para empresarios. Parece evidente que los recortes en gasto
social no están sirviendo para liberar recursos para políticas públicas de
creación de empleo. Puede que estemos pagando el rescate asumiendo copagos
sanitarios o educativos, pero desde luego los piratas de lo público no están
liberando a los rehenes.
La reforma laboral
representa otro ejemplo de esta política donde se habla de los parados, pero lo
que realmente importa es el déficit. El día de su presentación, el gobierno
anunció que ejecutaba la reforma laboral para crear empleo. Ante la falta de
resultados positivos, ha ido cambiando el discurso para sostener que la ejecuta
hoy para recoger sus beneficios mañana, cuando se resuelvan de algún modo que
nadie explica los verdaderos problemas de nuestra economía. En este momento, lo
único incontrovertible y objetivo sobre el decretazo de Rajoy es que, a cambio
del mayor recorte de derechos laborales de la historia de la democracia
española, hemos obtenido mucha fe y un millón más de parados. El nuevo marco
laboral ha avanzado de manera “extraordinariamente agresiva” en la misma
dirección de los “decretazos” de Aznar y Zapatero. Por desgracia, los resultados
de tanto y tan continuado empeño están a la vista: más de seis millones de
parados. Pero el Neoliberalismo corsario
jamás permite que la realidad le estropee una buena teoría. Así que la
respuesta ante semejante fracaso ha consistido en acelerar el paso.
Con la misma
legislación laboral, en el momento de la reforma, Euskadi rondaba el 10 por ciento
de paro, mientras Andalucía o Canarias superaban el treinta. Los costes del
despido apenas suponían entonces el 1.5 por ciento de los costes laborales
totales. No parece que la famosa falta de flexibilidad externa e interna de las
empresas tenga mucho que ver con el millón largo de empleos perdidos, por
ejemplo, en la construcción. Son solo algunas de las evidencias que acreditan
cómo el problema de nuestro mercado laboral reside en la calidad y potencia de
la oferta y demanda de trabajo, no en sus mecanismos de ajuste. Se busca
trabajo barato y de baja cualificación porque resulta más rentable despedirlo
que conservarlo, reemplazarlo que formarlo. Mientras eso no cambie, en
situaciones de bonanza tendremos paro por encima de la media Europea y en recesión,
el ajuste se hará por medio de despidos masivos.
La reforma laboral
ni responde a esos problemas, ni dota al mercado de trabajo de instrumentos que
permitan corregirlos a medio plazo sencillamente porque no se ejecutó para eso.
Se implementó para arrancar definitivamente a las políticas de empleo del
núcleo duro de nuestro Estado del Bienestar. La nueva política de empleo que
impulsa la reforma laboral pierde su dimensión social. Se reconvierte en una
política exclusivamente económica al servicio de un modelo de empleo: trabajo
barato y reemplazable. La reforma
multiplica con incentivos las oportunidades para que exista más rotación y más
precarización. No se incentiva el ajuste vía despido, directamente se premia.
Despedir está resultando aún más barato que contratar o invertir en un
trabajador. La reforma fue ideada para renovar las plantillas con empleados más
jóvenes, más baratos y con menos derechos transfiriendo costes ingentes al
erario público, que subvencionará los nuevos contratos y el coste de rescindir
los antiguos. Con el insufrible paro juvenil como coartada, se ha abandona a su
suerte a los trabajadores de más de cuarenta años, tratados impíamente como un
coste por amortizar.
El resultado a medio
plazo será un mercado laboral con más trabajo, pero de baja calidad. Lo que
implicará una rebaja muy sustancial de su capacidad para contribuir a la financiación
del sistema del bienestar. La reforma de nuestro mercado laboral para abaratar
el empleo funciona como una bomba de relojería en el corazón de un sistema que
se sostiene en buena medida en base a cuotas y contribuciones individuales. Una
amenaza ante la que, muchos trabajadores con empleo estable y bien remunerado,
estarán cada vez más dispuestos a ejercitar la opción de salida de un sistema
público mal financiado y sobrecargado, para ingresar en un sistema privado
selectivo, más estable y mejor dotado.
El cambio de mayor
calado incorporado por la reforma laboral del gobierno de Mariano Rajoy reside
en el desmantelamiento radical de la política de empleo como una política
social. En España, las relaciones laborales que han traído la prosperidad y el
bienestar de la democracia se han articulado sobre un consenso básico donde la
legislación laboral debía responder a un triple objetivo: asegurar los
intereses del empresario, proteger los derechos de trabajador y amortiguar, por
vía regulativa, el desequilibrio que existe por definición entre el poder
negociador del empresario y el trabajador. La reforma ha dinamitado ese
consenso. Supone una verdadera “desamortización social”, tanto del sistema de
protección de los derechos del trabajador, como de los mecanismos de
negociación colectiva. La diferencia reside en que la desamortización liberal
sacó al mercado propiedad improductiva. Esta desamortización laboral expropia y
vuelve a convertir en privados bienes que habíamos acordado asegurar como públicos
porque así ganábamos todos.
La legislación
laboral se rige ahora por un principio dominante: blindar los intereses del
empresario. El trabajo ya no supone un bien social a proteger porque produce
riqueza y asegura la cohesión social. Vuelve a conformar un factor de
producción a abaratar para mantener los márgenes de beneficio. La evidencia
empírica acredita cómo los mecanismos de negociación colectiva operan como una
pieza clave para proveer crecimiento y estabilidad en cualquier sistema
productivo. Reducen costes de producción, mejoran la eficiencia de los
mercados, dotan de estabilidad el funcionamiento del sistema y la libre
competencia y permite gobernar a escala la economía, reduciendo los costes de
implementar las decisiones y mejorando su eficacia.
Ahora se repite
hasta la saciedad que aunque la reforma no ha creado empleo, sí ha puesto las
condiciones para generarlo cuando la economía lo permita. Ni es necesariamente
cierto, ni tiene por qué ser así. La voladura “descontrolada” de la negociación
colectiva reducirá la certidumbre en el funcionamiento de los diferentes
sectores productivos y hará más difícil el gobierno de la economía. La ganancia
que muchos empresarios perciben a corto, se verá neutralizada por los costes de
un mercado laboral fragmentado, judicializado y sin mecanismos de gobernanza.
Cuando la economía vuelva a crecer, el nuevo marco laboral puede convertirse en
una rémora que lastre el ritmo y la calidad de nuestra recuperación. Porque,
dogmatismos aparte, en una sociedad capitalista avanzada, el trabajo es un bien
social a regular y proteger y la política de empleo conforma una política
social, aunque solo sea porque ha demostrado ser lo mejor para hacer buenos
negocios.
Antón Losada. Piratas de lo Público. 2013. Deusto
Lo que más rabia me da es lo contentos que están algunos con esta situación!!!
ResponderEliminarSr. Losada ¿qué derechos laborales le aplicó a su asistenta de hogar, Doña Amalia Castro?. Recuerda que ella misma lo denunció porque la despidió sin indemnización tras 8 años (140 horas mensuales) a su servicio por pedir un incremento salarial, y que durante ese tiempo la tuvo sin contrato y sin dar de alta.
ResponderEliminarCon esta denuncia encima de la mesa, en mi opinión, no tiene usted altura moral para nada y mucho menos para hablar de parados. Creo que los parados son, fundamentalmente, prisioneros de los piratas explotadores y que antes de hablar de los derechos de los trabajadores muchas personas debería lavarse la boca con lejía.
Saludos. Juan José Chamorro