En el principio fue la Teoría de la Conspiración, el clásico contubernio de resentidos y progres con que la nueva derecha despacha sus deslices. Gürtel era una escopeta nacional; Garzón era Sazatornil; Bárcenas y Camps, dos vidas ejemplares. Pero el mal no toma días libres. Los conjurados pasaron a inquisidores, sumando tribunales y jueces de orden. Se recurrió entonces a la conocida maniobra Escarlata O’Hara, poniendo a Dios por testigo de la palabra del «más honorable entre los españoles».Pero ni la honra es lo que era en la España de Zapatero. La gente se emperra en ver albaranes. Turno entonces para el será por dinero. En primer lugar, ya eran ricos. En segundo, son más listos. Pura envidia, pura maledicencia. Todo limpio, todo abonado en efectivo. Pagar con tarjeta está out si uno es alguien.
A falta de facturas, surge el discurso más querido de la derecha cuando la pillan in fraganti: todos los políticos lo hacen y todos son iguales, así que para qué vamos a cambiar nada ni a nadie. Rita Barberá ha revelado el modelo que alienta la estrategia popular: el modelo de la anchoa. Nada que rascar hasta que dimita Zapatero por cohecharlas. Esas gentes están en misión divina. No pueden dispersarse en detalles. ¿Qué les pasa a esos que exigen cuentas? ¿No leen los periódicos de Madrid? ¿No ven lo que acaba de votar el pueblo? Lo importante es derribar a ese individuo que nos lleva a la ruina y gobierna de chiripa, pues, como todo el mundo sabe, le tocaba a la derecha. El poder es suyo, es lo natural y el orden correcto de las cosas. Hágase lo que sea para restaurarlo. Hasta entonces, ni explicaciones ni responsabilidades. Quien las pida, o es un liberal o, peor, un ciudadano. Ni un paso atrás, ni para tomar impulso.
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