Antón Losada
Conviene apreciar en cuanto vale la imagen de unidad que unos y otros se esfuerzan en dar frente al último asesinato etarra. Conviene hacerlo para que, como ciudadanos, nos percatemos de la importancia de exigirles firmemente y en todo momento que la mantengan a toda costa, más allá de las muestras de dolor y condena, y por encima de cualquier otra consideración, excusa o estrategia, porque así se acaba con ETA.
El enemigo es despiadado, conserva una enorme capacidad para infligir un dolor impensable y diseña fríamente toda su acción enloquecida sobre el escalofriante cálculo racional de que matar a un ser humano es y siempre será terrible pero fácil. Entre todos los avances en la lucha contra los asesinos, que el terrorismo dejara de ser utilizado, o al menos lo fuera en menor medida, como escenario para la lucha partidista ha constituido uno de los mayores. La unidad política arrebata a ETA su capacidad para secuestrar la agenda pública con la fuerza de las armas y el dolor de las víctimas. También desbarata el espejismo que pretende asociar el logro de cualquier objetivo de cualquier clase con el uso de la violencia criminal.
Tenemos derecho a la unidad, a exigirles a todos que ninguna consideración pese más que el imperativo categórico de mantenerse juntos. Y debemos reclamarles que, comprometidos en esa unión, vayan más allá de las condenas y hagan cuanto tengan que hacer para privar a los pistoleros de las coartadas que habitualmente usan para encubrir sus crímenes. Es necesario abrir el mundo opresivo de los presos etarras y sus familias. Es imperativo fortalecer las oportunidades para la política en el obtuso universo aberzale. Solo así acabarán percatándose de que, antes o después, ETA también irá a por ellos.
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