6/7/09

adrede, 5/7/09. El Periódico

Antón Losada
La razón que mejor explica la decisión de concederle este bienio epílogo a Garoña es el estilo Zapatero. No contentado a nadie, nadie se la podrá apropiar, solo el presidente. Zapaterismo en estado puro.
Le ayudan los ecologistas exigiendo su dimisión por informal. Cuanto más protesten, más defensa contra el cargo de comportarse como un ecologista trasnochado. No tiene coartada, en cambio, para la ocurrencia del parador, un género de compensación que suena a broma desde que Aznar lo utilizara contra las aguas chapapoteadas del Prestige, Al menos en Muxía, donde aún esperan.
También le ayudan los pronucleares manteniendo su ofensiva. Cuanto más se escandalicen, más mérito tendrá una decisión valiente por tomarse contra la aplastante potencia de fuego desplegada por el potente lobi nuclear.
Una tras otra, las banderas del progreso acaban en manos del discurso reaccionario. Es la implacable lógica de la reacción sintetizada por Hirhsman: discrepar del pensamiento dominante tiene efectos perversos, pone en peligro otros avances y supone perder el tiempo porque no vale para nada. Oponerse a la energía nuclear pone en riesgo la seguridad energética nacional, genera el efecto perverso de destruir empleo, favorece a nuestros competidores y, además, es inútil, porque todo el mundo está en el «¿Nucleares? Por supuesto, sírvase».
En el profuso arsenal de dictámenes pintándola limpia, segura y barata, siempre excluyen o aminoran el coste eterno de los residuos nucleares. Cualquiera a quien hayan intentado ponerle una nuclear a la puerta de su casa y convertir los paisajes de su infancia en un cementerio, como es mi caso (Xove, Lugo, 1977) sabe la razón: no hay beneficio en el mundo que compense semejante servidumbre.

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