26/10/13

La constitución que nos va separando

A los españoles no les gusta demasiado su propia historia. De ahí esta afición a reiventarla tan pronto nos dejan para ver de ponerla un poco más decente. Demasiados tarugos, demasiadas guerras, demasiados muertos, demasiado absolutismo, demasiada represión, demasiada injusticia, demasiada desigualdad y demasiado miedo. A la primera ocasión que se presenta la reescribimos y promocionamos como si se tratase de una fulgurante superproducción de Hollywood. Todo se vuelve luz deslumbrante, Technicolor vivísimo, impactantes efectos especiales, paisajes espectaculares, guiones inteligentes e interpretaciones míticas y cargadas de fuerza. No somos el ejemplo del mundo. Somos el asombro del cosmos.

Entre todas las reinvenciones de nuestra historia, ninguna tan exitosa como esa megaproducción a la que dimos en titular “La Transición”. En el remake histórico de la transición española que hemos convertido en un éxito, una clase política generosa, repleta de grandes líderes y encabezada por un monarca dotado prácticamente de superpoderes, guían sabiamente hacia las doradas tierras de la democracia al inteligente, pero algo quebradizo e inestable, pueblo español. Por el camino, en medio de una gran celebración de la fiesta de la libertad, fuimos bendecidos y dotados con una tabla sagrada llamada Constitución de 1978. Sus poderes acabarían siendo legendarios. Nuestra Constitución multiplica los panes, los peces y los consensos, acaba con el paro, hace crecer la economía, tranquiliza a los nacionalistas, integra a los ateos, salva a los niños, libera a las mujeres y rejuvenece a los viejos. Para que no perdiera semejantes, casi divinas, capacidades, advertía una especie de profecía que llega desde los tiempos de aquella épica etapa, el texto constitucional no podía tocarse, criticarse, reformarse, mojarse, lavarse con ropa de color o plancharse, porque entonces se abrirían las simas de la tierra, volverían las siete plagas, el sol se oscurecería para siempre, el mar inundaría la tierra y nuestros hijos no heredarían más que deudas e hipotecas.

 Todo iba bien. La Transición supuso un taquillazo. El mundo entero caía admirado ante el milagro español. Aznar ponía de moda el espanglish “all over el planeta”. Éramos la octava potencia mundial y jugábamos siempre en la Champions League. Pero de repente, algo falló en nuestro viaje imparable y brillante hacia la modernidad más incontestable. Aquellos incomparables marcos institucionales donde se localizaron las escenas de sacrifico y honradez que nos regalaron la democracia, parecen hoy los decorados baratos de una Tv movie de los sábados por la tarde. España parece hoy una producción de serie B. Los trucos cantan y se ven las trampas en un diseño institucional que a nadie le gusta pero nadie se atreve a cambiar, acaso por miedo a aquella vieja maldición constitucional.

Casi de un día para otro y sin que ni medios, partido o elites se enterasen o lo vieran llegar, la gente se echó a las calles y a las plazas. "No nos representan" coreaban muchos. La distancia entre votantes y representantes se había alargado a la velocidad de la luz. Las políticas de sufrimiento masivo recetadas desde gobiernos e instituciones al dictado de foros y entidades que solo se representan a si mismas y a sus intereses han ido convirtiendo aquella indignación en rechazo y aversión. La crisis económica se ha llevado por delante a las instituciones, sostienen algunos. La recesión ha disparado la desafección ciudadana y el alejamiento de la política, remachan otros. La crisis económica deviene ahora en una crisis política e institucional, concluyen muchos. Pero la realidad no suele resultar tan sencilla de explicar.......Asi empieza mi capítulo en el libro "El Relaxing café con leche y otros hitos de la marca España". Se titula "La Contstitución que nos va separando". Por si interesa ....Para saber más sobre "El Relaxing café con leche y otros hitos de la marca España"

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