10/11/13

Adelanto editorial: asalto al Estado.

La historia solo es la repetición cansada de unas cuantas metáforas, sostenía Borges. La economía y la política, también. Economistas, politólogos y decisores recreamos continuamente un puñado de viejas historias con la pretensión de hacerlas parecer nuevas cada vez que las volvemos a contar. Los períodos de crisis económica y recesión vuelven siempre a la lista de sospechosos habituales. Siempre acaban resultando culpa de las empresas públicas, de los trabajadores públicos, del Estado del Bienestar, de lo público, de todos. Y lo que es de todos, habitualmente acaba siendo de nadie. Ésta vez no parece diferente.

La crisis actual no resulta muy distinta a las anteriores en su dimensión más decisiva: quién la paga. Para cargar con los costes y los sacrificios casi nunca existe cambio de modelo, ni emergencia de un nuevo paradigma. Siempre acaban perdiendo los mismos. Siempre acaban ganado los mismos. Ni siquiera resulta realmente tan novedosa esta nueva realidad virtual de un planeta globalizado, retransmitida veinticuatro horas, en directo y en diferido, a través de los medios y en las redes sociales. Es la historia más vieja del mundo, digitalizada y remasterizada. Lo público resulta muy productivo para los intereses privados. Siempre lo ha sido. Solo hay que saber apropiarse de los bienes públicos encontrando la manera de que no parezcan negocios privados.

En los años sesenta, el crecimiento "desmesurado" de los servicios públicos fue declarado culpable por los adalides de la ortodoxia económica liberal. Generaba inflación y amenazaba mortalmente el crecimiento de la economía. Por eso, era mejor dejarlo todo como estaba, contener la expansión de lo público para no poner en peligro la creación de riqueza. En los años setenta, los polemistas de la Escuela de Chicago dieron por fracasadas varias veces a las políticas públicas en su intento de generar más igualdad. El pensamiento neoliberal acusaba entonces al Estado de haber llenado nuestras sociedades, mercados y dormitorios de "rigideces" y burocracias. Por eso, lo mejor era permitir que fueran los proveedores privados quienes se hicieran cargo de todo. Para que el gasto público no aplastase los grandes avances sociales logrados o acabasen asfixiados bajo el peso de la burocracia.

Durante los años ochenta, Margaret Thatcher, Ronald Reagan y la Revolución neoconservadora señalaron al "insostenible" Estado del Bienestar como el mayor creador de desempleo y el máximo causante de la estanflación. Era el responsable de haber sobrecargado con expectativas imposibles a gobiernos y administraciones, hasta convertirlas incluso en temibles "amenazas" para la libertad individual. Por eso, lo mejor era privatizar y bajar los impuestos. Para que la loable búsqueda del bienestar universal no acabase creando monstruos perversos, o ahogando a los emprendedores en un mar de colectivismo estéril.

En los años noventa y principios del siglo XXI, a los cargos contra lo público por haber continuado produciendo desempleo masivo, haber llenado de regulaciones y autoritarismo nuestras vidas, generar desigualdad universal y enquistar la exclusión social, la nueva derecha europea y el pensamiento Neocon norteamericano han incorporado la imperdonable acusación de suponer un "freno" para el exitoso proceso de globalización que iba a hacernos a todos más libres y más ricos. Lo público es un lastre para el progreso globalizador, proclaman. Por eso hay que desmontar el Estado del Bienestar. Porque pone en riesgo la riqueza y el progreso económico, porque según el Tea Party tiene consecuencias perversas para la libertad individual y porque además resulta fútil en este nuevo mundo de payasos y mercados sin fronteras. Si levantamos los adoquines del Estado, debajo estará la arena de las playas del libre mercado. Esa es la nueva promesa de los piratas de lo público......

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