3/11/13

Sobre bajar los impuestos y salir de la crisis

Asumamos la realidad. Los ingresos extraordinarios no van a volver a las arcas públicas. En plena globalización, los servicios públicos deberán financiarse al viejo estilo: con impuestos. En este entorno de recursos escasos, lo primero será la acotación de la oferta de servicios. Si queremos que los colegios sigan funcionando como contenedores multimedia donde transferir parte de los costes de la vida familiar, esto tiene un precio. Si queremos seguir usando los hospitales como depósitos donde endosar parte de nuestros costes laborales y familiares, alguien ha de pagarlo. Lo público no puede continuar siendo un lugar mágico que nunca hace falta hasta que se necesita; entonces se quiere todo y que además funcione como un duty free.

Todas las reformas fiscales acometidas durante los buenos tiempos han significado transferencias de riqueza y oportunidades hacia las rentas de capital y los más pudientes. Los ricos son más ricos y las clases media y baja son menos clase media y más baja. Las oportunidades se han redistribuido a favor de quienes ya las tenían. Resulta revelador cómo nunca hay dificultad para definir quién es rico si se trata de rebajas fiscales. Solo se convierte en un problema cuando toca pagar.

La reconstrucción fiscal del Estado del Bienestar debería pivotar sobre tres ejes. El primero ha de ser la progresividad. El sistema fiscal debe exigir un esfuerzo proporcional a las capacidades y oportunidades de cada uno. No se trata solo de impuestos por servicios. La política fiscal ha de ser equitativa. Ha de amortizar externalidades y costes sociales generados por las actividades privadas. Ha de operar como un instrumento para redistribuir las oportunidades entre grupos e individuos. Una reforma fiscal que no equilibre el esfuerzo entre rentas del trabajo y del capital no merecerá tal nombre. La equidad es también el camino de la legitimidad.

El segundo pivote debe ser la eficiencia. La política fiscal es una herramienta crítica para la sostenibilidad del crecimiento económico. Necesitamos una fiscalidad que penalice la especulación y favorezca la inversión y la creación de riqueza y empleo; que encarezca la ineficiencia y posibilite la innovación. Unos impuestos que habiliten el desarrollo de nuevos mercados y nuevas fuentes de progreso y bienestar.

El tercer vector para una fiscalidad reconstruida debe ser la maximización de su potencia recaudatoria. La reforma fiscal que necesitamos debe limpiar, fijar y dar esplendor a la actual jungla regulativa, donde los impuestos se han ido dinamitando de manera controlada por la vía de la profusión reglamentaria, las exenciones y las excepciones. Precisamos una ordenación fiscal clara, sencilla y contundente en sus términos y apoyada sobre un sistema de inspección bien armado. Solo así acabaremos con el mayor cáncer de nuestra fiscalidad y nuestro bienestar, el fraude.  


Este es el debate que no quiere oír el país donde pagar es de bobos y los cobros se facilitan con IVA o sin IVA con la misma simpatía con que en los bares te ofrecen el café, solo o cortado; con la misma naturalidad con que un gobernante renuncia a cobrar patrimonio mientras despide profesores.



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