'Galicia, en el espejo'
1/3/09
ANTÓN Losada
Hace cuatro años la pérdida de la mayoría absoluta del PP y su relevo por la coalición PSOE-BNG inauguró la alternancia democrática en Galicia, cuyo único precedente era el breve y fallido tripartito a finales de los años 80. Fue un cambio de Gobierno y de régimen. El agotado modelo de Fraga, construido sobre una ejercicio paternalista del poder y un asfixiante control sobre la sociedad civil, dejaba paso a un modelo de poder compartido por dos socios con una visión más plural del país y un programa dirigido más a estimular y apoyar la iniciativa civil y menos a asegurar adhesiones inquebrantables.Sin satisfacer todas las expectativas de sus votantes, el plan de modernización del bipartito auspició una nueva ordenación del territorio, la vivienda y el suelo industrial, multiplicó las paupérrimas políticas sociales populares, avanzó en la normalización lingüística y permitió que la economía gallega creciera por encima de la media estatal.El cambio de escenario provocado por la crisis económica elevó la potencia de fuego de un PP hasta entonces más ocupado en recomponerse. Feijóo inició una agresiva estrategia de crítica frontal a la Xunta. Su programa pasó a ser la reversión radical de las principales políticas implementadas por nacionalistas y socialistas. Un discurso reactivo reforzado con una escandalosa serie de denuncias sobre el supuesto despilfarro del bipartito, con el apoyo aéreo de la prensa más afín.La campaña empezó así como una disyuntiva entre afianzar el modelo alternativo del bipartito o volver a un modelo popular más inspirado por Génova que por el fraguismo. El violento endurecimiento del discurso de campaña de la derecha, con una táctica de ataque que ha violentado todos los límites de la crítica política para alimentarse de la denigración personal de sus adversarios, escarbando incluso en su vida privada, ha provocado un cambio en el dilema central por dilucidar hoy. Ya no se trata sólo de optar entre ofertas de políticas antagónicas, sino de dilucidar una cuestión de principios. Con sus votos, los gallegos deciden cómo quieren ser gobernados, pero también si aprueban el todo vale para ganar unas elecciones o prefieren una política donde el debate y la competencia entre los partidos se rija por los principios de la tolerancia, la veracidad y el respeto.
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