Michael Jackson culpaba al boggie; los populares, a Catalunya. Los tiempos cambian, pero los clásicos prevalecen. Esperanza Aguirre asume el mando del operativo mientras Rajoy protagoniza su versión de Chantaje a un torero, la mejor película de El Cordobés. Cuando le preguntan por la financiación, piensa que va por la del partido, le ataca el síndrome Bárcenas y se abandona al silencio o la abstención por no comprometer «una pastuki» importante.
La derecha española predica su leyenda urbana predilecta: España se rompe y Catalunya y los nacionalistas hacen negocio vendiendo sus pedazos. Su sudoku del agravio multiplica gallegos por valencianos, los divide por catalanes y suma el coste de la soledad de Zapatero. El resultado es una factura colosal a cuenta de Madrid, último bastión de esa solidaridad devorada por la periferia caníbal. En la nueva historia de España que escribe la derecha, Madrid, el centro, el Estado, cotiza mientras el resto –eso que llamaban provincias y servía para ir de bolos o de vacaciones– gasta sin freno regido por bandoleros u ociosos que viven subsidiados como marqueses. Es cierto que el dinero lo pagamos todos y las autonomías son Estado, pero son tecnicismos. El Estado pone el dinero, el Estado está en el centro, Madrid es el centro y allí es donde saben gastarlo en interés general.
Durante las negociaciones de este modelo mal explicado y peor defendido, especulaban sobre si al tripartito le costaría vender el resultado. Montilla puede respirar tranquilo y ERC dejar de darse palmadas proclamándose vencedora por KO. Ya les hace el trabajo el PP en un debate donde nadie quiere discutir lo importante: quién ha rentabilizado la solidaridad, quién la ha despilfarrado y quién no ha aprendido nada.
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