Antón Losada
En un breve pero merecido descanso de su incansable lucha para librar al castellano de su extinción definitiva a manos de los galegotalibáns, aquella secta fanática camuflada tras el blandito bipartito, el conselleiro Vázquez ha explicado que la culpa no es del boogie, sino de tres millones de euros de pufo. Por ellos y sólo por ellos, no habrá gratuidad, ni dinero para implantar Bolonia en nuestras universidades. En un presupuesto total que supera los 2.300 millones de euros, la pérdida de tres puede parecer tontería, pero oculta un Armageddon deficitario. La educación en Galicia bien puede esperar sin exponernos a un big bang presupuestario que, de no ser administrado por tan sagaz gestor, puede acabar arruinando el sistema financiero mundial o, peor aún, alguna fiesta gastronómica veraniega. Y si la educación puede esperar, no digamos Bolonia, que queda más lejos y sin el castellano en peligro de extinción.
La afirmación de Vázquez se vuelve aún más desconcertante al añadir que cuando haya cuartos, revisará la gratuidad. Una expectativa chocante tras tantos días de oír al Gobierno y sus voces mediáticas ultraconservadoras contarnos cuán progresista es situarnos con Madrid entre las comunidades que menos ayuda a los padres, o como aquel gratis universal del bipartito era una política insolidaria por hacer mucho más ricos a los más ricos, profundamente injusta con los más pobres y tremendamente reaccionaria, pues privaba de un derecho básico a los niños: el derecho al subrayado. Por no hablar de cómo libreros y editores celebraban con champán el fin de la longa noite de la gratuidad.
Según la versión de este Gobierno a lo "Prospecciones Feijóo" y que dedica más tiempo a encontrar "buratos" que a gobernar, este nuevo agujero ha sepultado en la miseria a la educación. Declarada por la Democracia Feijoniana arma cargada de futuro y motor fundamental ante la crisis, qué más quisieran ellos que tratarla como se merece. La educación y el sorteo del oro de la Cruz Roja son nuestras apuestas, han venido a decir y, como en el anuncio, no por el oro. Pero pese a sus denodados esfuerzos, en la interminable lista de ahorros millonarios suministrados por la Austeridad Feijoniana, no ha habido forma humana de encontrar esos euros vitales. Se han hallado, es cierto, excedentes para aumentar en dos millones las subvenciones a los medios de comunicación, en seis millones las ayudas al automóvil o sabe dios cuánto para recuperar los viejos logos de Xacobeo. Incluso se han liberado 144 millones de un misterioso plan anticrisis que nadie sabe bien en qué consiste, pero del cual, por lo visto, la educación no verá un euro. No fue posible ese euro ni en los cuantiosos ahorros en asesores y altos cargos, o en el alivio que acarrea a las arcas públicas no tener que cambiar tanto las ruedas del blindado presidencial, o en la paz de haberse librado de Méndez Romeu y su probo secretario Roura alquilando despachos por ciudades y villas de Galicia como si fueran los Beckham buscando mansión.
La última esperanza para que la educación juegue ese papel clave que la Democracia Feijoniana proclama, reside en la subasta de Audis montada por Autos Rueda desde Presidencia. Es el maná que todos los departamentos esperan para sacudirse la parálisis exhibida tras la Restauración Popular. Entre eso y el recorte de las ayudas a la Mesa para imponer el galegotalibanismo, el Gobierno obtendrá la liquidez necesaria para reactivar la Ley de Dependencia, acabar con las listas de espera o lograr el objetivo recién declarado de que el 80 % de los gallegos vivan al lado de una autovía; el sueño del malogrado Cuiña convertido por fin en espléndida realidad.
El bipartito dijo que la educación era su prioridad. Año tras año, la inversión en el sistema educativo figuraba entre las más beneficiadas. La Democracia Feijoniana afirma que la educación es el futuro, pero sólo cuando aparezcan los millones de Vázquez y se amase el cemento pendiente de estudio de impacto ambiental. Ya se sabe, son políticos, son todos iguales y en Galicia no hubo cambio, así que, ¿qué más da? Ya lo decía Mao, leer demasiados libros es peligroso.
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